El Cristo crucificado de Velázquez

Diego Rodríguez de Silva y Velázquez (Sevilla,1599–Madrid,1660), más conocido como Diego Velázquez,  es uno de los más grandes pintores de toda la historia del arte. Dentro de su amplia obra pictórica, la temática religiosa es bastante reducida. Pero, curiosamente, una de sus obras más populares es la pintura religiosa el «Cristo crucificado», la imagen devocional española más copiada y reproducida de todos los tiempos.

«Cristo crucificado» de Velázquez

En este lienzo nos encontramos con un Cristo representado frontalmente, con la cabeza inclinada hacía nuestro lado izquierdo, dónde destaca sobremanera sobre un fondo verdoso muy oscuro, similar a una tela, en el que se proyecta su sombra. Velázquez no recurre a ningún fondo paisajístico, ninguna alusión al Gólgota. Sus brazos parecen querer extenderse en el vacío para abrazar a toda la humanidad.

El pintor sevillano parece querer representar el mismo instante de la muerte de nuestro Señor Jesucristo, fuera de todo espacio y tiempo, en el que un halo de luz mística lo envuelve. Cristo como la Luz que se impone sobre las tinieblas. Es una obra que nos provoca recogimiento, en la que el dolor aparece contenido, muy al contrario de otras obras religiosas de autores barrocos en las que predomina un dramatismo retórico o apasionado, según las pautas marcadas por el concilio de Trento. Es en esta calma sobrenatural donde reside toda la grandeza potencial y trascendente de la obra.

Tampoco quiso Velázquez hacer alarde de una acumulación excesiva de sangre y magulladuras. Sólo advertimos unos hilillos de sangre, que manan de sus manos y pies resbalando por la madera de la cruz. La herida del costado es apenas sugerida al igual que la corona de espinas, de la que solo salpican ligeras gotas de sangre sobre la frente, boca y pecho.

Detalle del rostro de

Detalle del rostro de «Cristo crucificado» de Velázquez

Se representa a Cristo clavado en la cruz por medio de cuatro clavos en lugar de tres, que era lo habitual en su época. Esto se debe a la influencia de uno de sus maestros – además de suegro- el pintor Francisco Pacheco. Pacheco defendía la crucifixión con cuatro clavos basándose en diferentes estudios, como el del español, Francisco de la Rioja, y su tratado«El arte de la pintura»; de estudios publicados por el obispo italiano Angelo Rocca y por las visiones que tuvo Santa Brígida, que así lo atestiguaban. Por último, citar una estampa que poseía Pacheco del pintor Alberto Durero, en la que Cristo también aparecía crucificado por cuatros clavos.

Velázquez no es el único pintor que se deja influir por esta corriente, otros discípulos de Pacheco como Alonso Cano y Francisco de Zurbarán en algunas de sus obras representarán también a Cristo crucificado con cuatro clavos.

Desconocemos con certeza  la fecha en la que Velázquez pintó el«Cristo crucificado». La mayoría de los expertos lo fechan entre 1630 y 1635, plazo que coincide con la vuelta de su primer viaje por Italia en 1629. En este viaje de formación estudió las obras de los grandes maestros, los desnudos de las obras clásicas. Todos estos conocimientos adquiridos se reflejan en sus obras «La fragua de Vulcano» y «La túnica de San José»,  pinturas que realizó en su estancia en Italia, así como en la obra que nos ocupa, con la magistral representación del cuerpo de Cristo.

El destino inicial del cuadro fue la sacristía del convento de clausura de San Plácido, en Madrid. El convento fue fundado en 1623 por Don Jerónimo de Villanueva, noble y ministro del rey Felipe IVcon el nombre de convento de la Encarnación. Don Jerónimo había tenido como prometida a Doña Teresa Valle de la Cerda y Alvarado hasta que, por diversos motivos, ella decidió dedicar su vida plenamente a Dios. De aquel amor surgió la iniciativa del noble para la fundación de dicho convento, del que Doña Teresa pasaría a ser la abadesa.

Retrato de Felipe IV de Velázquez

Retrato de Felipe IV de Velázquez

Existen varias hipótesis sobre el encargo del cuadro, incluida una leyenda popular. Esta leyenda cuenta cómo el monarca Felipe IV se quedó prendado de la belleza de una novicia del convento de San Plácido, de nombre Sor Margarita de la Cruz. La novicia, abrumada por las peticiones poco honestas del rey, pidió consejo a la abadesa. Entre las dos  urdieron un plan: En una visita nocturna de Felipe IV a la celda de la novicia, se la encontró amortajada, dentro de un ataúd rodeado por 4 velas. El monarca, pensando que se había suicidado por su culpa, quedó muy arrepentido. Como penitencia regaló al convento varios presentes, entre ellos el «Cristo crucificado» de Velázquez.

Convento de San Plácido de Madrid

Convento de San Plácido de Madrid

Otra hipótesis más reciente  menciona también a Don Jerónimo de Villanueva, pero en este caso, el lienzo sería un regalo suyo al convento de San Plácido con motivo de los actos de desagravio que realizaron numerosas personalidades ante el sacrilegio, cometido hacia un crucifijo, por parte de una familia de criptojudíos de origen portugués, en el año 1630.

El «Cristo crucificado» de Velázquez permaneció en el convento de San Plácido hasta 1804, fecha en la que fue adquirido por el valido de la corte Manuel Godoy hasta su caída en desgracia en 1814, cuando pasó a manos de su esposa, la condesa de Chinchón. Durante el exilio de la condesa en París y por motivos económicos, intentó en vano vender el lienzo. A su muerte en 1828 pasó en herencia a su cuñado, el duque de San Fernando de Quiroga.  El duque, en un gesto de gratitud hacía el monarca Fernando VIIse lo regaló. Finalmente, éste lo cedió en 1829 al Museo Real de Pintura y Escultura, conocido actualmente con el nombre de Museo Nacional del Prado de Madrid.

Estatua de Velázquez frente al Museo del Prado

Ubicación del lienzo en el Museo del Prado

El «Cristo crucificado» de Velázquez  ha sido inspiración de varias obras poéticas, siendo la más conocida por su fuerte intensidad religiosa la escrita en 1920 por el filósofo Miguel de Unamuno con el título: «El Cristo de Velázquez». Recomiendo la lectura de este extenso poema aprovechando algún momento tranquilo que dispongamos a lo largo del día, mientras a la vez podamos admirar esta maravillosa pintura de Velázquez. Es una experiencia inolvidable.

PortadaPoemaUnamun

EL CRISTO DE VELÁZQUEZ

¿En qué piensas Tú, muerto, Cristo mío?
¿Por qué ese velo de cerrada noche
de tu abundosa cabellera negra
de nazareno cae sobre tu frente?
Miras dentro de Ti, donde está el reino
de Dios; dentro de Ti, donde alborea
el sol eterno de las almas vivas.
Blanco tu cuerpo está como el espejo
del padre de la luz, del sol vivífico;
blanco tu cuerpo al modo de la luna
que muerta ronda en torno de su madre
nuestra cansada vagabunda tierra;
blanco tu cuerpo está como la hostia
del cielo de la noche soberana,
de ese cielo tan negro como el velo
de tu abundosa cabellera negra
de nazareno.Que eres, Cristo, el único
hombre que sucumbió de pleno grado,
triunfador de la muerte, que a la vida
por Ti quedó encumbrada. Desde entonces
por Ti nos vivifica esa tu muerte,
por Ti la muerte se ha hecho nuestra madre,
por Ti la muerte es el amparo dulce
que azucara amargores de la vida;
por Ti, el Hombre muerto que no muere
blanco cual luna de la noche. Es sueño,
Cristo, la vida y es la muerte vela.
Mientras la tierra sueña solitaria,
vela la blanca luna; vela el Hombre
desde su cruz, mientras los hombres sueñan;
vela el Hombre sin sangre, el Hombre blanco
como la luna de la noche negra;
vela el Hombre que dió toda su sangre
por que las gentes sepan que son hombres.
Tú salvaste a la muerte. Abres tus brazos
a la noche, que es negra y muy hermosa,
porque el sol de la vida la ha mirado
con sus ojos de fuego: que a la noche
morena la hizo el sol y tan hermosa.
Y es hermosa la luna solitaria,
la blanca luna en la estrellada noche
negra cual la abundosa cabellera
negra del nazareno. Blanca luna
como el cuerpo del Hombre en cruz, espejo
del sol de vida, del que nunca muere.
Los rayos, Maestro, de tu suave lumbre
nos guían en la noche de este mundo
ungiéndonos con la esperanza recia
de un día eterno. Noche cariñosa,
¡oh noche, madre de los blandos sueños,
madre de la esperanza, dulce Noche,
noche oscura del alma, eres nodriza
de la esperanza en Cristo salvador!

 

 

A L B A

Blanco estás como el cielo en el naciente
blanco está al alba antes que el sol apunte
del limbo de la tierra de la noche:
que albor de aurora diste a nuestra vida
vuelta alborada de la muerte, porche
del día eterno; blanco cual la nube
que en columna guiaba por el yermo
al pueblo del Señor mientras el día
duraba. Cual la nieve de las cumbres
ermitañas, ceñidas por el cielo,
donde el sol reverbera sin estorbo,
de tu cuerpo, que es cumbre de la vida,
resbalan cristalinas aguas puras
espejo claro de la luz celeste,
para regar cavernas soterrañas
de las tinieblas que el abismo ciñe.
Como la cima altísima, de noche,
cual luna, anuncia el alba a los que viven
perdidos en barrancos y hoces hondas,
¡así tu cuerpo níveo, que es cima
de humanidad y es manantial de Dios,
en nuestra noche anuncia eterno albor!

 

 

O R A C I Ó N   F I N A L

Tú que callas, ¡oh Cristo!, para oírnos,
oye de nuestros pechos los sollozos;
acoge nuestras quejas, los gemidos
de este valle de lágrimas. Clamamos
a Ti, Cristo Jesús, desde la sima
de nuestro abismo de miseria humana,
y Tú, de humanidad la blanca cumbre,
danos las aguas de tus nieves. Águila
blanca que abarcas al volar el cielo,
te pedimos tu sangre; a Ti, la viña,
el vino que consuela al embriagarnos;
a Ti, Luna de Dios, la dulce lumbre
que en la noche nos dice que el Sol vive
y nos espera; a Ti, columna fuerte,
sostén en que posar; a Ti, Hostia Santa,
te pedimos el pan de nuestro viaje
por Dios, como limosna; te pedimosa
a Ti, Cordero del Señor que lavas
los pecados del mundo, el vellocino
del oro de tu sangre; te pedimos
a Ti, la rosa del zarzal bravío,
la luz que no se gasta, la que enseña
cómo Dios es quien es; a Ti, que el ánfora
del divino licor, que el néctar pongas
de eternidad en nuestros corazones.

¡Tráenos el reino de tu Padre, Cristo,
que es el reino de Dios reino del Hombre!
Danos vida, Jesús, que es llamarada
que calienta y alumbra y que al pábulo
en vasija encerrado se sujeta;
vida que es llama, que en el tiempo vive
y en ondas, como el río, se sucede.

Avanzamos, Señor, menesterosos,
las almas en guiñapos harapientos,
cual bálago en las eras remolino
cuando sopla sobre él la ventolera,
apiñados por tromba tempestuosa
de arrecidas negruras; ¡haz que brille
tu blancura, jalbegue de la bóveda
de la infinita casa de tu Padre
-hogar de eternidad-, sobre el sendero
de nuestra marcha y esperanza sólida
sobre nosotros mientras haya Dios!
De pie y con los brazos bien abiertos
y extendida la diestra a no secarse,
haznos cruzar la vida pedregosa
-repecho de Calvario- sostenidos
del deber por los clavos, y muramos
de pie, cual Tú, y abiertos bien de brazos,
y como Tú, subamos a la gloria
de pie, para que Dios de pie nos hable
y con los brazos extendidos. ¡Dame,
Señor, que cuando al fin vaya perdido
a salir de esta noche tenebrosa
en que soñando el corazón se acorcha,
me entre en el claro día que no acaba,
fijos mis ojos de tu blanco cuerpo,
Hijo del Hombre, Humanidad completa,
en la increada luz que nunca muere;
mis ojos fijos en tus ojos, Cristo,
mi mirada anegada en Ti, Señor!

UNAMUNO

2 thoughts on “El Cristo crucificado de Velázquez

Deja un comentario