Esteban Fernández-Cobián es doctor arquitecto y profesor de la Escuela de Arquitectura de la Coruña. Ha sido el coordinador de los seis Congresos Internacionales de Arquitectura Religiosa Contemporánea realizados en España, Portugal, Chile y México.
Autor de dos libros básicos para entender el momento actual de la arquitectura religiosa: El espacio sagrado en la arquitectura española contemporánea y Escritos sobre arquitectura religiosa contemporánea.
Acaba de publicar su último libro: Arquitectura religiosa del siglo XXI en España. En esta publicación realiza una amplia selección, concretamente 26 espacios de culto, construidos a partir del año 2000.

Fernández-Cobián presenta un catálogo de diversas obras religiosas, siendo la mayoría católicas (24), una evangélica y otra interconfesional. También hay un campanario. Se pueden encontrar obras de arquitectos consagrados como Rafael Moneo o estudios de arquitectura como el de Vicens + Ramos. También aparecen obras de jóvenes arquitectos que poco a poco se van abriendo un hueco en el panorama arquitectónico español como Alejandro Beautell.
A su vez, hay una sabia mezcla entre proyectos ambiciosos tales como grandes complejos parroquiales junto con otros más modestos como pequeñas intervenciones o ampliaciones en templos ya existentes.
Un libro presenta una edición y maquetación muy cuidada, en la que cada obra arquitectónica se encuentra perfectamente explicada y detallada. Además de ir acompañada por una extensa documentación gráfica.
Por último, señalar el muy interesante texto Silencio, materia y luz, en el que a modo de prólogo, el autor reflexiona sobre la situación de la arquitectura religiosa actual: los diferentes problemas a los que se enfrenta y su continuidad o disrupción con el pasado.
Un libro que hará las delicias tanto de los profesionales como de los simples amantes de la arquitectura religiosa contemporánea.
A continuación, hemos podido charlar con Esteban Fernández-Cobián.

-Desde hace unas décadas las estadísticas señalan la fuerte secularización que se esta produciendo en España y que en los últimos años se ha acentuado. Descenso vertiginoso en vocaciones religiosas sumado a un clero envejecido, los fieles son ya solo el 26,6% de la población y el 80% de las bodas son civiles (datos de 2019). Si añadimos el rico patrimonio arquitectónico religioso existente en España ¿Cómo es posible que cada año se construyan casi una decena de nuevos templos católicos en nuestro país? ¿Realmente son necesarios? ¿A medio plazo no se convertirán en una rémora para las diócesis ya que los datos indican que estarán condenados al abandono o cambio de uso?
En un primer momento, esta continuidad en la construcción de iglesias puede sorprender, pero si uno lo piensa bien, es un proceso lógico. Yo diría que responde a la misma lógica que casi siempre tienen los procesos edificatorios. El ser humano necesita refugios —del cuerpo y del espíritu— allá donde va. Y si su hábitat cambia, también lo hacen esos refugios. Los nuevos procesos de urbanización van dejando obsoletos los templos antiguos, cada vez más habitados por turistas que por creyentes. No me parece mal que así sea. Mientras los turistas admiran lo que la cultura cristiana ha ido sedimentando a lo largo de los siglos, nuevas comunidades de fe crean otros signos de cultura que seguirán marcando el territorio de manera natural.
-Usted, en su libro, señala la dificultad en nuestros días de conocer con exactitud en que consiste construir un edificio para el culto católico. Tradicionalmente los espacios de culto cristianos aunaban el concepto de templo (monumento que funciona como puente entre el fiel y Dios) y el de iglesia (espacio destinado a una comunidad para la celebración de un rito). Desde los tiempos del postconcilio muchos teólogos han afirmado que lo realmente sagrado es la comunidad de fieles reunida y no el espacio de culto. Además, defienden que cuando éste se encuentra vacío pierde todo significado. Esta corriente de pensamiento ha sido la hegemónica en la arquitectura religiosa contemporánea. ¿Usted es partidario de esta corriente o más bien considera que un espacio de culto debe ineludiblemente ser monumento e iglesia a la vez?
Sí, pienso que un espacio de culto cristiano debería ser, simultáneamente, templo e iglesia. La aspiración a construir templos es una aspiración a construir espacios perfectos, lo que supone una excelencia en las artes de la arquitectura, como la geometría, la técnica, el simbolismo o la relación con la naturaleza, especialmente con el cosmos. La arquitectura pretende reflejar, de este modo, la perfección de la obra divina, y el ser humano continua así la obra del gran arquitecto del universo, respondiendo a su invitación expresa. Pero también se trata de una arquitectura que fácilmente puede caer en la autocomplacencia, olvidando su carácter de ofrenda a Dios y su subordinación a Él. Es el pecado de soberbia, que se encuentra en varios lugares de la Escritura vinculado a procesos edificatorios, desde la Torre de Babel hasta el Templo de Salomón. Y en ambos casos —y en todos los demás— el resultado es una ruina. Tal vez por eso las corrientes protestantes del cristianismo lo rechazaron, quedándose con la dimensión estrictamente comunitaria del espacio. Evidentemente, el peligro existe, pero no por eso la aspiración a crear un espacio perfecto, un nuevo paraíso en la tierra, deja de ser válida.
-La mayoría de fieles católicos de diferentes edades no suele identificarse con el lenguaje conceptual y con la abstracción predominante en la arquitectura religiosa desde finales del siglo XX. En su momento este tipo de lenguaje fue signo de rebeldía o ruptura, sin embargo, en nuestros días es más bien el modelo imperante y repetido constantemente. Se podría decir que son obras que desprecian la utilización de las diferentes ramas del arte sacro incurriendo en cierta iconoclastia. ¿No cree que esta ruptura con la tradición artística católica es la que distancia al fiel de a pie de estas edificaciones religiosas contemporáneas? Espero no se me malinterprete, no defiendo copiar literalmente esquemas arquitectónicos pasados, sino beber de la tradición para buscar fórmulas que nos reconcilien con ella sin abandonar la premisa de realizar obras actuales. ¿Cree que esta vía es posible?
En la pregunta aparecen varios temas que no siempre tienen una misma respuesta. Centrémonos en la abstracción, que se valora negativamente. No creo que esto sea un problema, sino una línea evolutiva que se presenta en muchos aspectos del diseño de espacios y objetos en las últimas décadas, como el mobiliario, los automóviles o los objetos de uso cotidiano; cada vez, las líneas se hacen más sencillas, más limpias. Esto es debido a diversos factores: los procesos industriales de fabricación, no artesanos, al empleo de nuevos materiales fácilmente moldeables, a la elevación de los estándares de higiene, etc. Dentro de esta tendencia, los objetos antiguos se suelen conservar por la calidad de sus materiales, por la belleza de su factura, por su elegancia —entendida como la obtención de la máxima expresividad con un mínimo de gestos— o como recuerdo evocador de los que nos precedieron. Despreciar los objetos antiguos sin más, es ignorancia o —de nuevo— presunción. Estas piezas pueden tener su sitio en espacios actuales, por supuesto, dando lugar a arquitecturas que podríamos calificar de mestizas. En este sentido, es importante que la arquitectura religiosa no esté completamente cerrada en sí misma, sino que sea susceptible de acoger. La arquitectura abstracta serviría de fondo a la pieza valiosa que se quiere conservar, realzando su valor.

Me viene a la cabeza en este momento la Moritzkirche, de John Pawson (Ausburgo, Alemania, 2008-13), tal vez el arquitecto al que se le suele aplicar con más radicalidad el apelativo de minimalista, y su «Walking Christ» (Christus Salvator, del escultor barroco Georg Petel). Aunque se pueda pensar que los fondos absolutamente blancos no sean los más adecuados para soportar incorporaciones artísticas posteriores, en realidad sí que lo son: lo que ocurre es que su misma exigencia de purismo impondrá a la nueva pieza el requisito de excelencia, lo cual es absolutamente necesario para cualquier objeto que se quiera dedicar al culto divino.
Claro, una obra de arquitectura no es sólo el trabajo de un arquitecto, sino que hay un comitente, una comunidad, unos donantes… Siempre es necesaria la confluencia de muchas voluntades para que una obra se materialice. Pienso que cada colectivo que encarga un espacio para el culto tiene su propia sensibilidad, hace su propia lectura de la tradición —tal vez más de «su» tradición local que de «la» tradición en general— y quiere dejar lo mejor de sí misma a las generaciones futuras de creyentes. Estoy convencido de ello.