El Cristo de San Damián

En Arquitectura y cristianismo vamos a iniciar una serie de artículos dedicados a los crucifijos. Crucifijos que por su valor artístico y/o gran devoción ocupan un lugar especial en el corazón de los fieles. El primero de esta serie se lo dedicamos al crucifijo de San Damián, más conocido como el Cristo de San Damián.

El cristo de San Damián está datado en el siglo XII. Es de estilo románico con influencia del arte oriental-siríaco. Se ha descubierto que durante siglos en la ciudad de Espoleto vivieron monjes siriacos, cuya huella artística influyó sobremanera en el arte italiano de la época medieval.  No conocemos al autor del crucifijo de San Damián.  En la catedral de Espoleto existe un crucifijo similar y coetáneo al Cristo de San Damián firmado por el artista Alberto Sozio.

Crucifijo realizado por Alberto Sozio. Catedral de Espoleto.

Crucifijo realizado por Alberto Sozio. Catedral de Espoleto.

El Cristo de San Damián mide dos metros y diez centímetros de largo por un metro y treinta centímetros de ancho, sin el pedestal. La pintura se hizo sobre tela burda pegada directamente sobre madera de nogal. Se desconoce si fue realizado expresamente para la iglesia de San Damián.

«El joven Francisco está pasando una grave crisis espiritual, lleno de dudas, incertidumbres y tinieblas. En ese estado de ánimo, «guiado por el Espíritu» entra en la iglesita de San Damián, se postra suplicante y devoto ante el Crucifijo, y, tocado de modo extraordinario por la gracia divina, se siente totalmente cambiado. La imagen de Cristo crucificado le habla desde el cuadro: «Francisco -le dice, llamándolo por su nombre-, vete, repara mi casa (domum meam), que, como ves, se viene del todo al suelo (destruitur)». Francisco queda estupefacto y casi pierde el sentido por las palabras que ha oído. Pero inmediatamente se dispone a obedecer y todo él se concentra en el mandato recibido (2 Cel 10).

San Francisco delante del Cristo de San Damián

San Francisco delante del Cristo de San Damián

Según la Leyenda de los Tres Compañeros, Francisco respondió: «De muy buena gana lo haré, Señor» (TC 13). Celano añade que el Santo nunca acertó a describir la inefable transformación que experimentó en sí mismo. […] Los Tres Compañeros añaden que Francisco quedó «lleno de gozo» por la visión y por las palabras del Crucificado (TC 13; 16).

Santa Clara, en su Testamento, recuerda el hecho de un modo más bien velado, pero muy significativo, que merece atención. «Cuando el santo no tenía aún hermanos ni compañeros, casi inmediatamente después de su conversión, y mientras edificaba la iglesia de San Damián, en la que, visitado totalmente por la divina consolación, fue impulsado a abandonar por completo el siglo…» (El crucifijo de San Damián visto y vivido por San Francisco de Optato van Asseldonk, o.f.m.cap.)

El Cristo de San Damián original se encuentra en la basílica de Santa Clara en Asís.

El Cristo de San Damián original se encuentra en la basílica de Santa Clara en Asís.

«El crucifijo de San Damián es un icono de Cristo glorioso. Es el fruto de una reposada meditación, de una detenida contemplación, acompañada de un tiempo de ayuno. Acojamos, pues, este icono como una puerta del cielo, que nos ha sido abierta merced a un creyente. Ahora nos toca a nosotros saber mirarla, leerla en sus detalles. Ahora nos toca a nosotros saber rezar. ¡Si este Cristo nos hablara también hoy a nosotros! Orémosle. Escuchémosle. Dirijámonos a él con las mismas palabras de Francisco:

«Sumo, glorioso Dios,
ilumina las tinieblas de mi corazón
y dame
fe recta, esperanza cierta y caridad perfecta,
sentido y conocimiento,
Señor,
para cumplir tu santo y verdadero mandamiento»
(OrSD).

Descubrimos de inmediato la figura central: Cristo. Es el personaje dimensionalmente más importante. Además, y sobre todo, se destaca sobre el fondo: Cristo, y sólo Él, está repleto de luz. Todo su cuerpo es luminoso. Resalta sobre los demás personajes, está como delante. Tras sus brazos y sus pies, el color negro simboliza la tumba vacía: la oscuridad es signo de las tinieblas.

La luz que inunda el cuerpo de Cristo, brota del interior de su persona. Su cuerpo irradia claridad y viene a iluminarnos. Acuden a nuestra mente las palabras de Jesús: «Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8,12). Cuánta razón tenía Francisco cuando oraba: «Sumo, glorioso Dios, ilumina las tinieblas de mi corazón».

El Cristo de San Damián

El Cristo de San Damián

Estamos ante un Cristo inspirado en el evangelio de san Juan. Es el Cristo Luz, y también el Cristo Glorioso. Sin tensiones ni dolor, está de pie sobre la Cruz. No pende de ella. Su cabeza no está tocada con una corona de espinas; lleva una corona de Gloria. Nos hallamos al otro lado de la realidad histórica, de la corona de espinas que existió algunas horas y de los sufrimientos que le valieron la corona de Gloria. ¿No nos recuerda que todos nuestros sufrimientos, un día, serán transformados en gloria?

Es también un Cristo que acoge al mundo. Tiene sus brazos extendidos, como queriendo abrazar al universo. ¿No están abiertas también para ayudarnos, para sostener nuestros pasos y levantarnos tras nuestras caídas?

El rostro de Cristo

El rostro de Cristo es un rostro sereno, sosegado. En línea con la bella tradición de los iconos, tiene los ojos grandes, pequeña la boca, casi invisibles las orejas. ¿Por qué? En la contemplación del Padre, en el mundo de la Gloria, ya no hace falta la palabra, ni hay ya que escuchar. Basta con ver, con mirar, con amar. Como Cristo contemplando a su Padre.

El rostro de Cristo

El rostro de Cristo

Estamos ante Cristo viviente, lleno de serenidad y de gloria, abandonado a su Padre y vuelto hacia los hombres. ¡He aquí al Cristo contemplado por Francisco!

La parte superior del icono

En primer lugar, de abajo arriba, una inscripción sobre una línea roja y otra negra, con las palabras: «Iesus Nazarenus Rex Iudeorum», «Jesús Nazareno, el Rey de los judíos». Este texto nos remite explícitamente al evangelio de san Juan (Jn 19,19). Nazareno es el recuerdo de la vida pobre, escondida y laboriosa de Jesús. Jesús trabajó con sus manos. El que está en la gloria, el que es toda Luz, pasó por la pobreza de Nazaret, por el trabajo humano.

Inscripción superior en El Cristo de San Damián

Inscripción superior en El Cristo de San Damián

Sobre el rótulo, un círculo. En el círculo, un personaje: el Cristo de la Ascensión.  Abandona el sepulcro, representado en la oscuridad que cerca al círculo. Va hacia su Padre. Lleva en la mano izquierda una cruz dorada, signo de su victoria sobre el pecado. Alarga la mano derecha en dirección al Padre.

Círculo en la parte superior del Cristo de San Damián

Círculo en la parte superior del Cristo de San Damián

La cabeza de Cristo está fuera del círculo. Y eso que el círculo, en la iconografía, es símbolo de perfección, de plenitud. Pero la perfección y plenitud humanas no pueden abarcar a Cristo. Cristo rebasa toda plenitud. Por eso está su rostro por encima del círculo. A izquierda y a derecha, unos ángeles. Miran a Cristo que entra en la gloria.

El semicírculo del ápice de la cruz

Un círculo, del que se ve sólo la parte inferior. La otra es invisible. Este círculo simboliza al Padre. El Padre, conocido por lo que Cristo nos ha revelado de Él, sigue siendo, como dice Francisco, el incognoscible, el insondable, el todo Otro. Por eso vemos sólo un semicírculo. El resto, nadie lo conoce. Es el misterio de Dios, incomprensible para nosotros hoy.

Semicírculo parte superior del Cristo de San Damián

Semicírculo parte superior del Cristo de San Damián

En el semicírculo, una mano con dos dedos extendidos. Es la mano del Padre que envía a su Hijo al mundo y, a la vez, lo recibe en la gloria.

Los brazos de la cruz

Bajo cada mano y antebrazo de Cristo hay dos ángeles. La sangre de las llagas los purifica, y se derrama por el brazo sobre los personajes situados más abajo. Todos son salvados por la Pasión.

Personajes en el lado del brazo izquierdo de Cristo.

Personajes en el lado del brazo izquierdo de Cristo.

Personajes en el lado del brazo derecho de Cristo.

Personajes en el lado del brazo derecho de Cristo.

En los extremos de los brazos de la cruz, dos personajes parecen llegar. Señalan con la mano el sepulcro vacío, simbolizado por la oscuridad de detrás de los brazos de Cristo: ¿No serán las mujeres que llegan al sepulcro para embalsamar el cuerpo y a quienes los dos ángeles les muestran a Cristo Glorioso?

A los lados de Cristo

A los flancos de Cristo hay cinco personajes íntimamente unidos a Él. Estamos en el evangelio de Juan: «Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre María la mujer de Cleofás y María Magdalena» (Jn 19,25).

A la derecha de Cristo están María y Juan. Juan está al lado mismo de Cristo, como en la Cena. Él fue quien vio atravesar su costado y salir sangre y agua de la llaga, y quien lo atestiguó veraz (Jn 19,35).

Figuras a la derecha de Cristo

Figuras a la derecha de Cristo

María, grave el rostro, está serena: ningún rastro exagerado de dolor; la suya es realmente la serenidad de la creyente que espera confiada al pie de la cruz y cuya esperanza no queda defraudada. Acerca su mano izquierda hasta el mentón. En la tradición del icono, este gesto significa dolor, asombro, reflexión. Con la mano derecha señala a Cristo. Juan hace el mismo gesto y mira a María como preguntándole el sentido de los hechos. ¿No se contiene, en esta pintura y en estas actitudes, toda una enseñanza sobre el papel de María, que nos conduce a Cristo y nos ayuda a comprenderlo?

Al flanco izquierdo de Cristo hay tres personajes: dos mujeres y un hombre. Cabe Cristo, María Magdalena y María, la madre de Santiago el Menor: las dos mujeres que llegaron primero al sepulcro la mañana de Pascua. Con la mano izquierda en el mentón, María Magdalena manifiesta su dolor, en tanto que la otra María, la madre de Santiago, le apunta con la mano a Jesús resucitado, invitándola a no encerrarse en su propio sufrimiento.

Figuras a la izquierda de Cristo

Figuras a la izquierda de Cristo

Junto a las dos mujeres, un hombre: el centurión romano que estuvo frente a Cristo y, al ver «que había expirado de esa manera, dijo: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios»» (Mc 14,39). Por encima del hombro izquierdo del centurión romano asoma una cabeza pequeñita, y detrás, como un eco, otras cabezas. ¿No será la multitud, todos los creyentes que venimos a contemplar a Cristo para entrar en su misterio y reavivar nuestra fe? A los pies de María, un personaje más pequeño. Leemos su nombre: Longino. Es el soldado romano. Mira a Cristo, y sostiene en la mano la lanza que le traspasó el costado.

Al otro flanco, a los pies del centurión, otro personajito. Apoya la mano en la cadera, y parece mofarse de Cristo crucificado. Sus vestidos hacen pensar en el jefe de la sinagoga. Su rostro aparece de perfil. Detalle sorprendente en un icono, cuyos personajes generalmente están de frente con la cara iluminada. Este hombre no ha alcanzado todavía la luz de Cristo. Es menester que la otra parte de su rostro, la que no se ve, salga de la oscuridad y sea iluminada por la Resurrección.

A los pies de Cristo

En el pie de la cruz, a la derecha, hay dos personajes: Pedro, con una llave, y Pablo. Debía haber otros. El tiempo los ha borrado. Eran, quizá, santos del Antiguo Testamento, o san Damián, patrono de esta iglesita, tal vez también san Rufino, patrono de la catedral de Asís. La sangre de las llagas se difunde sobre ellos y los purifica.

Figuras a los pies de Cristo

Figuras a los pies de Cristo

Sobre Pedro, a media altura frente a la pierna izquierda de Cristo, un gallo en actitud desafiante. Evoca la negación, la de Pedro y las nuestras. Es el símbolo, igualmente, del alba nueva. Saluda con su canto los primeros rayos del sol y nos invita a todos a salir del sueño para adentrarnos en la luz de Jesús resucitado.

Dibujo de un gallo

Dibujo de un gallo

El Cristo de San Damián, recién contemplado, contiene una asombrosa densidad teológica. En él encontramos la evocación del Misterio Trinitario y la plenitud de Cristo, encarnado, muerto y resucitado. Unido a los suyos en el cielo por la Ascensión, sigue permanentemente vuelto hacia nosotros. Su Misión es salvarnos a todos. Estamos ante el Misterio Pascual total.

Cristo no está solo sobre la cruz. Está en medio de un pueblo, simbolizado en los personajes que lo rodean y atestiguan su resurrección. Hoy, también, sigue vivo en medio de su Iglesia. Invita, a quienes le contemplamos, a ser sus testigos.» (resumen del texto de fray Richard Moriceau o.f.m. cap. dedicado al Cristo de San Damián).

Para ampliar más información sobre el Cristo de San Damián:

www.franciscanos.org/enciclopedia/moriceau.html

www.franciscanos.org/enciclopedia/asseldonk.html

www.fratefrancesco.org/esp/signos/crucifijo.htm

Dibujos y fotografías tomadas de wikimapia.org,  franciscanos.org y frailesmenoresconventualesmexico.blogs

 

 

Anuncio publicitario

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s